¿Qué se debe trabajar en clase de lengua? ¿Qué importancia tiene el habla? ¿Cuál es el objetivo de aprender lenguas? Parecen preguntas de respuesta obvia, pero si nos alejamos de la cotidianidad del aula y de la presión de las legislaciones, los materiales curriculares, e incluso de las facultades y de las inercias… tal vez las conclusiones nos ayuden a entender la necesidad de darle la vuelta al sistema.
Tradicionalmente, en gran medida a causa de la complejidad del aprendizaje del código escrito, las clases de lengua han obviado las habilidades orales. Además, la extensión de los temarios y la masificación de las aulas han hecho que frecuentemente se evite la práctica de actividades en que la oralidad puede aportar una sensación de descontrol, de no poder llegar a supervisar el trabajo de la totalidad del alumnado.
Sin embargo, se trata de un sacrificio excesivo y difícil de justificar, ya que en la vida cotidiana no escolar, el porcentaje de uso de la lengua oral es mucho más alto que el de la lengua escrita, hecho que por sí solo debería hacer que se replanteen los tiempos curriculares que se dedican a cada habilidad lingüística.
El trabajo de la competencia comunicativa oral en el ámbito escolar es muy complejo debido, en la mayor parte de los casos, a grupos de alumnado demasiado numerosos para poder trabajar de manera individualizada una habilidad compleja y que requiere mucha práctica. Esto plantea la necesidad de ofrecer al profesorado propuestas que guíen la realización de actividades que no requieran una supervisión constante por parte del personal docente, por un lado, y que aseguren la progresión en la adquisición de las habilidades que posibiliten el uso adecuado de la lengua en el ámbito oral, por otro lado.
Y es que, desgraciadamente, no resulta extraña la imagen de alumnado que ha cursado una lengua en toda su escolarización obligatoria pero que no es capaz de mantener una conversación sencilla, y menos aún, preparar un discurso con un mínimo de coherencia en su vida académica superior, ni en su vida adulta.
No se puede responsabilizar al currículum oficial de esta carencia, ya que sí que recoge, en mayor o menor intensidad, la necesidad de potenciar en el alumnado la capacidad de comunicarse oralmente además de por escrito, y de hacerlo en situaciones y con finalidades diversas, vinculadas a cada nivel.
Son más bien las razones antes nombradas y la carencia de propuestas serias y organizadas de la mayor parte de los libros de texto, los que han contribuido al desequilibrio en favor del trabajo de la lengua escrita frente a la oralidad.
La lengua oral debe trabajarse desde los primeros niveles educativos. Los niños y niñas tienen que ganar seguridad para expresarse, y eso solo se consigue si perciben la expresión en voz alta como una actividad cotidiana en la que poseen instrumentos suficientes para desenvolverse. En estos niveles iniciales no es importante la corrección, lo es más el hecho de ganar fluidez.
El alumnado debe perder el miedo a hablar y equivocarse, y eso se consigue poco a poco.
Es trabajo de todo su entorno ofrecerles modelos: leer cuentos, cantar canciones, explicar el significado de las palabras y teniendo paciencia para adaptarnos a su nivel de conocimiento del entorno y, sobre todo, a las ganas que tienen de saber.
Respecto al trabajo en clase es muy positivo que formen grupos estables que vayan variando a lo largo del curso y que sean equilibrados. Esta manera de repartirse enseña a escuchar opiniones ajenas, a elaborar argumentos cuando estas no coinciden con las propias, a colaborar y a hacerlo con personas diferentes. Además, el trabajo en grupo da confianza y el cambio de miembros del grupo rompe la rutina, favorece el intercambio de conocimientos diversos y hace crecer las ganas de mejorar y expresar opiniones hablando.
En el aula, el personal docente que quiera trabajar la competencia comunicativa oral deberá poner en marcha estrategias diversas y también deberá contar con materiales que le proporcionen apoyo audiovisual y lúdico. Si bien la lengua oral se puede trabajar simplemente hablando, el uso de determinadas herramientas en el aula, con grupos numerosos, contribuirá a ordenar las prácticas y a asegurar que, efectivamente, se produce un aprendizaje en todo el alumnado. Plantear tareas lúdicas, que tengan una utilidad en la vida real, es asegurar el éxito del aprendizaje.