Paseaba el otro día por las casetas de la feria del libro de ocasión y me sorprendió que todos los que ojeábamos libros éramos colectivo de riesgo para el coronavirus por nuestra edad. Digo que me sorprendió porque, a diferencia de tantos adultos que piensan que los jóvenes no leen, yo sé bien que sí que lo hacen, que tienen sus lecturas preferidas, sus autores de cabecera y sus géneros favoritos. No lo digo yo: el colectivo entre los 14 y 34 años conforma el grupo de edad en el que más lectores hay, según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros 2017, elaborado en su día por la Federación de Gremios de Editores de España. No leen únicamente libros, también lideran la lectura de webs, blogs, foros, redes sociales y cómics. Son buenos lectores que, sin embargo, parecen ajenos al mundo del libro tradicional. Como soy docente, puedo buscar explicaciones para este fenómeno tan paradójico para el lector adulto, esos lectores que no amaban los libros.
Mis alumnos, si tienen que elegir, prefieren leer en formato digital antes que en un libro de los de toda la vida. Son lectores adolescentes, hiperconectados, adictos al móvil y las redes sociales, algunos de ellos en pleno tránsito de la infancia a la juventud. Han leído cuentos en la guardería y libros en el colegio, pero, al llegar al instituto, quieren ser mayores y leer otras cosas, leer de otro modo. El primer síntoma del cambio es un rechazo a las lecturas obligatorias, una resistencia a menudo infundada a cualquier recomendación lectora por parte de los adultos. De manera paralela, los que sí tienen hábito lector buscarán entre sus iguales un modelo para imitar: sagas fantásticas, best sellers eróticos juveniles, poesía alternativa… Si les propones una lectura, se mostrarán escépticos y preguntarán por este orden: a) ¿cuántas páginas tiene? b) ¿hay película? y c) ¿se puede leer en PDF?
Probablemente, este choque entre el deseo del profesor de literatura y la realidad de su alumnado sea un fenómeno que ha ocurrido siempre, pero que es ahora más evidente que nunca, porque son muchas y muy atractivas las alternativas a la lectura tradicional, incluso para los chavales a los que les gusta leer. Plataformas como Watpad ofrecen la posibilidad de leer relatos escritos por jóvenes más o menos célebres o anónimos, según se prefiera. Además, permite escribir también historias y buscar tu público. La poesía también sale al paso en numerosos blogs o cuentas de Instagram. Saltar de una página a otra, de un texto a otro, es el signo de los tiempos. Frente a ello, para conseguir que triunfe una lectura de aula tiene que resultar especialmente seductora, pues viene condicionada de antemano por un formato extraño y porque la recomienda un adulto que para ellos vive en otro mundo.
Con esas limitaciones, ¿qué papel deberíamos jugar los docentes de literatura para que el mundo del libro no termine alejándose definitivamente de ellos? En primer lugar, tendríamos que evitar sacralizar el libro como objeto. Una cosa es hablar del placer de hojear un libro, de disfrutar de sus portadas, del tacto, del peso, del olor… y otra menospreciar otros medios y formatos de lectura. En muchas casas ya no entran libros en papel y los ebooks son un producto de consumo habitual. Leer en digital también es leer. Es más, no pasa nada si las lecturas de clase son digitales: menos peso para sus mochilas.
En segundo lugar, la selección de lecturas en Secundaria sigue siendo improvisada y poco eficaz. En ello es determinante la falta de formación del profesorado, al menos en cuestiones como la literatura juvenil o el fomento del hábito lector, estrategias que, salvo excepciones, están fuera de las carreras humanísticas. Por alguna extraña razón, en los planes lectores se han mezclado sin ton ni son el fomento de la lectura, la educación literaria y la historia de la literatura, dando lugar a propuestas de lecturas poco adecuadas a la competencia lectora del alumnado o incluso a listas de libros obligatorios que atentan contra el hábito lector, consiguiendo justo el efecto contrario del que buscaban, es decir, alejar a los jóvenes de la costumbre de leer. Si atendemos a lo que establece el currículo, por un lado se debe proporcionar al alumnado lecturas adaptadas a sus intereses y su edad, y por otro ofrecer textos variados que les permitan conocer el patrimonio literario y cultural. En ningún momento habla de que ambos objetivos correspondan a una misma lectura ni a una misma tarea. Quizá en determinados niveles se pueden aunar ambos fines, pero forzarlo con cada propuesta lectora es muy arriesgado y poco exitoso. Por ello, creo que se debe establecer una especie de balanza en la que se comience a tope con el fomento del hábito lector, para ir desplazándose poco a poco hacia la educación literaria a medida que se profundiza en el conocimiento de la historia de la literatura. Ese proceso ocupa los seis años de Secundaria obligatoria y Bachiller, así que no debería hacerse de manera apresurada.
Finalmente, para que la lectura del aula y el acercamiento a los libros tenga de verdad sentido, hay que leer y trabajar con las lecturas en el aula. En el aula, no en casa. Leer en clase, dedicar horas al hábito lector, hacer que sientan que eso es algo que merece la pena. Para ello, el docente debe considerar la lectura en el aula una inversión, no una pérdida de tiempo. Es frecuente pensar que, si se dedican horas a leer en clase, se pierden para otras explicaciones más importantes. ¿De verdad hay algo más importante que fomentar la lectura entre los jóvenes? Por otra parte, trabajar las lecturas en el aula implica hacer algo más que un control de lectura o un trabajo de resumen. Puede ser una reseña o un booktrailer, puede ser una dramatización o un cómic, puede ser un podcast o un videopoema… Ahí comprenderán que el libro tradicional no es un bicho raro, un objeto muerto, sino la puerta abierta a mundos infinitos. Acercarles la lectura en esos momentos cruciales de sus vidas puede convertirlos en lectores para siempre. Dedicar tiempo a la lectura por placer en el aula quizá acabe provocando que, en la próxima feria del libro, un joven se acerque a los estantes y coja entre sus manos un libro al que jamás se hubiera arrimado ni para moverlo con un palo.
@tonisolano