Mar Aranda
La sociedad en la que vivimos es cambiante y los niños y niñas tienen que estar preparados para convivir con soltura, siendo críticos y sabiendo dar respuestas a todo tipo de situaciones. Desde la escuela podemos contribuir a formar un alumnado capaz de resolver retos individualmente o con la colaboración de otros. Si trabajamos de manera interdisciplinaria y globalizada favoreceremos el aprendizaje significativo y competencial del alumnado, y la metodología del trabajo por proyectos, cada vez más extendida, así lo permite.
El trabajo por proyectos es una metodología que parte de un tema de interés surgido en el aula a partir del cual la persona docente ofrece a los niños y niñas los recursos para que piensen por ellos mismos
«Dímelo y lo olvido, muéstramelo y lo recuerdo, involúcrame y lo comprendo». Este proverbio chino sirve como punto de partida para justificar la importancia de la aplicación de metodologías o estrategias de aprendizaje diferentes de las tradicionales en los centros docentes, como es el caso del aprendizaje basado en proyectos. Sus raíces se remiten a la aproximación constructivista de los especialistas en psicología y educación de principios del siglo XX, como Jean Piaget o John Dewey, y está demostrado que esta práctica educativa es positiva y beneficiosa para el alumnado: estimula la participación activa en el aula y los incita a aprender a aprender, los motiva a descubrir y, lo más importante, a conseguir que el aprendizaje sea significativo.
¿Cómo es posible todo esto? Pues porque es una manera de aprender muy enriquecedora, divertida y participativa, ya que da la oportunidad a los niños y niñas de escoger qué quieren trabajar y cómo quieren hacerlo. Eso supone que todo lo que aprenden tiene un sentido para ellos y lo conectan con la realidad.
Se trata de una metodología que parte de un tema de interés surgido en el aula a partir del cual la persona docente ofrece a los niños y niñas los recursos para que piensen por ellos mismos; pregunten, investiguen y aporten información; expliquen lo que saben; y aprendan de sus errores y aciertos hasta construir los propios conocimientos. Se suele materializar en un producto final que se puede compartir con otras personas, hecho que favorece su confianza y autoestima porque se enorgullecen del reto superado.
Se puede utilizar como eje central del trabajo en el aula para abordar el currículum o bien se puede recurrir a ella puntualmente para profundizar algún tema, en cualquier edad y nivel educativo. Para ponerla en práctica, será necesario partir de una situación (un vídeo, un debate, un libro, una visita al centro…) a raíz de la cual la persona docente planteará una serie de preguntas guía abiertas para averiguar qué sabe el alumnado y qué quiere saber, y entonces hará falta determinar qué estrategias se necesitarán para alcanzar los conocimientos.
Esta metodología se suele materializar en un producto final que se puede compartir con otras personas, hecho que favorece su confianza y autoestima porque se enorgullecen de haber superado un reto
En función de las competencias o contenidos que se quieran trabajar, el docente definirá un producto final que tendrán que elaborar organizados en equipos: grabar un noticiario, elaborar un lapbook (una especie de mural lleno de solapas con contenido) o redactar una revista, entre otros. Por lo tanto, la duración de cada proyecto puede ser de días o de semanas, según el caso.
Por último, la evaluación se lleva a cabo a partir de rúbricas que facilita el docente o que realiza cada grupo, de manera que cada alumno puede evaluar su trabajo y el de su grupo, un proceso fundamental para desarrollar un pensamiento crítico y de reflexión sobre el aprendizaje.