Empieza septiembre y, con este, llega el nuevo curso. Llevamos alrededor de año y medio conviviendo con la pandemia por la COVID-19, protagonista en nuestras vidas, en las aulas y en el funcionamiento de estas, y este curso 2021-2022 inicia, otra vez, con las medidas de seguridad necesarias para garantizar al máximo la presencialidad en las aulas en esta ya conocida como nueva normalidad.
No obstante, parece que el coronavirus no será el centro de todas nuestras atenciones y podemos comenzar a avanzar por otro lado, teniendo en cuenta las novedades principales, que vienen de la mano de la LOMLOE, la nueva ley educativa, a cuyos cambios hay que ir adaptándose. El nuevo modelo de currículo que propone la LOMLOE, que comenzará a implantarse en 2022, apuesta por trabajar ocho competencias avaladas por los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.
Con el inicio del curso, podemos empezar modificando la forma de evaluar. Suele ser habitual evaluar calificando las pruebas escritas de nuestro alumnado, pero, en realidad, esta no es la única manera de conseguir una nota final de cada trimestre. De hecho, pensándolo con calma, es mucho más justo y adaptado a la realidad ir tomando notas a lo largo del trimestre para tener en cuenta otros aspectos que van de la mano de las competencias. Pero ¿qué es la evaluación competencial?, ¿cómo podemos llevarla a cabo?
La evaluación competencial implica pasar de la calificación numérica a una observación, a llevar un seguimiento ligado a la retroalimentación y a otros conceptos como el de autoevaluación, coevaluación o heteroevaluación para así conseguir una evaluación formativa donde la información que el personal docente proporciona al alumnado es más importante que la calificación numérica.
La idea de la evaluación competencial es poder dar información al alumnado a lo largo de cada trimestre para que no todo dependa de una prueba escrita, y hay que tener en cuenta otros aspectos como la capacidad de atención en el aula, el trabajo en equipo, el respeto al turno de palabra, la presentación de los trabajos a tiempo, la colaboración, la aceptación de las normas, las evidencias que muestran que el alumnado ha progresado siguiendo las indicaciones del profesorado, la implicación en los trabajos o en crear buen ambiente en el aula, entre otros ejemplos.
Pero ¿cuáles son esos instrumentos que permiten llegar a la evaluación formativa y por competencias? ¿Solamente tenemos las rúbricas?
Hay quien habla de rúbricas refiriéndose a la tabla que definen unos descriptores o criterios de evaluación determinados, graduados normalmente por adverbios, que concretan el trabajo o prueba a calificar. Pero existen otras herramientas, bien tipo las rúbricas, o bien diferentes, que permiten seguir la evolución del comportamiento o el trabajo del alumnado, entre otros aspectos.
Con este sistema se propone una evaluación continuada en el tiempo que se puede dividir en diferentes momentos:
1. Evaluación diagnóstica inicial. Para identificar la situación de la que parte el alumnado para ajustar los criterios de evaluación y los objetivos de aprendizaje.
2. Evaluación formativa. A lo largo de cada trimestre, mediante la observación, la retroalimentación con el alumnado y la realización de tareas, el profesorado puede analizar la consecución del aprendizaje para dar apoyo a aquellos que se queden atrás y así modificar lo que sea necesario.
3. Evaluación sumativa o final. Para conseguir llegar a una calificación se debe tener en cuenta todo aquello desarrollado a lo largo del trimestre. Es decir, rúbricas de observación en el aula, registros de autoevaluación y coevaluación, valoración de los productos hechos e, incluso, pruebas escritas. El personal docente ha de contar desde el inicio con un porcentaje para cada una de las herramientas de evaluación, incluso la mejora que se ha podido producir en el alumnado entre el inicio y el final del período de trabajo y aprendizaje.
Para implementar una buena evaluación por competencias es necesario informar previamente tanto al alumnado como a la familia de que se pasará del modelo tradicional a otro diferente que tendrá más en cuenta los procesos de aprendizaje, en la línea de la nueva ley de educación.