Un ámbito es «aquello que está comprendido dentro del radio de influencia o de competencia de una institución, una actividad o una persona». Llevado a la educación, un ámbito es una metodología que incorpora materias de un mismo campo de conocimiento. Con este planteamiento tenemos que ir más allá del concepto clásico de asignatura y ampliar la esfera que se desarrolla alrededor de cada materia.
Solo tenemos que analizar un poco la realidad que estamos viviendo para comprenderlo mejor. Si quisiéramos hablar de la situación actual en las aulas, ¿qué asignatura sería más apropiada para tratar la bajada de las emisiones de CO2 entre abril y junio? ¿Y para explicar el aumento de ingresos en la UCI durante el mismo período? ¿O el colapso de la sanidad pública? ¿Y si lo que queremos es plantear el descenso de la popularidad de Donald Trump? ¿O la acusación de genocidio que ha recibido Bolsonaro? ¿Por qué bajaron los viajes al extranjero y casi se paralizó el espacio aéreo? ¿Por qué la ciencia ha ganado fuerza y se piensa en defender su importancia desde las aulas? ¿Por qué han aumentado los residuos plásticos? ¿Por qué ha subido la tasa de parados? ¿Por qué aumentó el número de denuncias por maltrato? Podríamos seguir, pero planteo de nuevo la pregunta: ¿desde qué asignatura? ¿La lengua se queda fuera mientras no aparezcan muestras literarias y el alumnado llegue al curso donde se estudia el siglo XXI?
La respuesta no es sencilla ni responde a todas las cuestiones, pero el planteamiento por ámbitos permite incluir algunos de estos aspectos en nuestras unidades didácticas integradas (UDI), siempre partiendo del documento puente y de los contenidos marcados por la ley. Se trata de llegar a una «propuesta flexible de agrupación de materias por ámbitos de conocimientos». De esta manera, y para cerrar el ejemplo anterior, la COVID-19 sería el eje, el hilo conductor, y el resto de temas irían relacionándose y desarrollándose alrededor.
Desde el ámbito sociolingüístico podríamos tratar los asuntos más cercanos a la geografía y la historia y aplicar los contenidos más propios de la lengua, aquellos que más nos interesen: ortografía, léxico, gramática, sintaxis, expresión oral y escrita… Tenemos un abanico de posibilidades para escoger que después habría que concretar en un producto determinado, bien fuera un artículo, una revista, un diario, una exposición oral, un portafolio, un cómic, un debate, etc. Incluso, si lo necesitamos, podríamos revisar los contenidos en común entre las diferentes asignaturas para encontrar acompañamiento en la música, la educación plástica o la tecnología.
Precisamente, de eso tratan los ámbitos, de relacionar contenidos y conocimientos, así como de buscar una conexión con la realidad para conseguir no solo captar el interés del alumnado, sino también llegar al aprendizaje real y construir un tipo de pensamiento crítico y reflexivo. Cuando la idea se lleva a la práctica, implica mucho más, por supuesto. Para empezar, coordinación y organización entre docentes. Así pues, hay que abrir la mente y dejar atrás el concepto cerrado de asignatura. La codocencia nos puede ayudar en eso: ya no somos especialistas en una materia, sino guías que ayudan al alumnado y que se complementan con otros docentes.
Conviene también que olvidemos la idea de acabar el libro de texto o de dar todos los contenidos que marca la ley. Sabemos que es bastante complicado y que, además, eso no garantiza ni el aprendizaje ni la adquisición de competencias. Puede resultar más útil y efectivo buscar un buen libro de lectura que acompañe nuestra UDI. A partir de la lectura de capítulos o fragmentos se puede trabajar la comprensión lectora y la expresión escrita y oral al mismo tiempo que lo relacionamos con los contenidos a trabajar y fomentamos una educación competencial.
Por ejemplo, pensad cuántos contenidos se pueden trabajar a partir de la lectura de un libro como El oso polar se fue a la playa, de Valentín Coronel. Los temas que trata el libro y la perspectiva que ofrece lo convierten en una elección muy adecuada para ciertos ámbitos: medio ambiente, ciencia, tecnología, recursos naturales, la huella ecológica del ser humano, etc. Son temas que tocan por igual la geografía y las ciencias sin dejar atrás bloques esenciales de las lenguas, como escuchar y hablar o leer y escribir. Si, además, contamos con el refuerzo de propuestas didácticas, el trabajo es más ligero y los resultados más efectivos. El alumnado de hoy en día se podría decir que es audiovisual. Podemos ganárnoslo gracias a presentaciones atractivas que destaquen fragmentos determinados y que, además, conecten con la actualidad y propongan actividades que fomenten el pensamiento crítico y reflexivo.
Habrá que revisarla también. Si la propuesta es trabajar por ámbitos, no podemos mantener la idea de evaluación como sinónimo de calificación. Hay que romper el círculo establecido desde hace años. Si antes hablábamos de ir más allá del concepto de asignatura, aquí ocurre lo mismo.
No se tiene que calificar todo lo que hace el alumnado, pero sí que es interesante observar más y atender a los procesos de aprendizaje. ¿Por qué no tener en cuenta el esfuerzo personal, la autonomía, la dedicación, la capacidad de trabajar en grupo o en pareja y el interés? ¿Por qué dejarlo todo en una prueba escrita? ¿El resultado se ajusta más a la realidad? Pensemos en todos los estudiantes que trabajan día a día, se comportan debidamente, respetan al profesorado y a los compañeros y compañeras, entregan todas las tareas… pero no tienen suerte con los exámenes tradicionales. Tanto ellos como el resto merecen otro tipo de evaluación. Las competencias también se deben tener en cuenta y el trabajo por ámbitos, al ampliar la duración de las sesiones, permite que el profesorado pueda observar y realizar un seguimiento más personal.
Así pues, la evaluación más adecuada tendría que ser formativa y formadora. Formativa para que el alumnado reciba orientaciones sobre cómo va su trabajo antes de conocer la calificación final, para poder modificar y aprender de los errores; formadora al incluir la autoevaluación para conseguir unos estudiantes más implicados en el proceso y más maduros. En conclusión, tenemos que ser conscientes de que la realidad social ha cambiado. Nuestro objetivo es proporcionar herramientas al alumnado para que en un futuro próximo ellos y ellas sean ciudadanos del siglo XXI, y los ámbitos nos facilitan esta tarea.
*Escrito por Lola Moreno, profesora de Lengua Castellana y de Literatura Universal.