La didáctica de la literatura ha tenido más que ver tradicionalmente con el aprendizaje de nombres de autores y obras, y con todas esas prácticas que le han dado a la asignatura de literatura un status científico. Imagino que, si en la clase de Ciencias Naturales o en la de Historia se memorizaba y se repetía, en la de Literatura había que hacer lo mismo, no vamos a ser menos. Si la enseñanza de las Matemáticas ha conseguido el odio visceral hacia la materia, a ver si somos capaces de enseñar literatura con la misma torpeza y quizás consigamos que no se acerquen a los libros. Así que, si hablamos de cómo enseñar a leer, lo primero que no hay que hacer es, probablemente lo que llevamos haciendo toda la vida. En mi opinión, la existencia de la asignatura de Lengua y Literatura es la plasmación académica de un desastre, un camino seguro hacia el fracaso lector. En la misma hora de clase se mezclan los libros, la creación literaria y los análisis sintácticos, las clases de pronombres, el recuento de sílabas y estrofas, y otras cosas que no deberían ir nunca asociadas a la misma asignatura que queremos relacionar con la fantasía y la invención de mundos.
De vez en cuando asisto a centros educativos en los que se leen mis libros, y escucho los comentarios de los chavales y chavalas en relación al examen del libro por el que tienen que pasar una vez leída la obra. Se identifica la lectura con un examen que hay que pasar (y ya sabéis lo que pasa siempre: que al final de eso se trata; cuando son pequeñitos quieren saber, pero luego la gran preocupación es solo aprobar. La de los chicos, la de las familias y la de las leyes educativas). El trabajo que se realiza con los libros y las historias que viven en su interior, termina teniendo poco que ver con una didáctica de la lectura. Es algo que entra en el examen. Por otra parte, llevo años y años diciendo que la única manera que hay de enseñar a leer es dejando leer. En el caso de las familias, acudiendo a las librerías al completo, a las bibliotecas, animándose a nutrir la de casa. Los acompañamos a la biblioteca o a la sección infantil de la librería. Pero les dejamos escoger.
"Si hablamos de cómo enseñar a leer, lo primero que no hay que hacer es, probablemente lo que llevamos haciendo toda la vida."
El trabajo de los docentes es esencial, pero en ocasiones anda cerquita de la tentación de la comodidad: «Estas lecturas a mí me gustaron, para qué poner otras». Pero los gustos han cambiado y hay lecturas que antes eran digeribles por los alumnos y alumnas y ahora ya no lo son. Por ejemplo, García Márquez, Bécquer o El Cantar del Mío Cid no serían lecturas apropiadas para la mayoría de los chicos y chicas de 4º de la ESO, simplemente porque ahora es otro mundo y no podemos analizar su realidad con las mismas claves con las que analizábamos la nuestra. Quizás Harry Potter no es un modelo de perfección literaria, pero hace más por traer a la chavalada a la lectura que Miguel de Cervantes. Como escritor, editor, gestor cultural y activista de la cultura, insisto: lo importante es hacer lectores. Y es que enseñar a leer es como enseñar a jugar al fútbol. No se puede empezar por el reglamento. Los chicos y chicas salen al patio, juegan y son felices. Y se aficionan al fútbol, no les importa sudar, meter horas… Podríamos estar eternamente explicando malas praxis didácticas en relación a la lectura y su aprendizaje. O podríamos decir: «No puedes enseñar a leer si no lees»; o «Si no entiendes que la educación sentimental es más importante que los polinomios, no entiendes nada de tu trabajo»; o incluso «Los padres y madres queremos que nuestra descendencia sea lectora». Vale: ¿y qué hacemos para conseguirlo? Las frases son infinitas. Como todas las que caben en la literatura.
Francisco Castro (Vigo, 1966) es escritor y editor de la editorial Galaxia, una de las de más tradición en Galicia. Ha trabajado como cronista cultural para diversos medios de comunicación y es autor de una quincena de libros de temática diversa, como el libro de relatos eróticos Xeografías o las novelas Memorial do infortunio, Xeración perdida, Spam, O segredo de Marco Polo e Iridium, entre otras. Su obra ha sido galardonada con reconocimientos como el Premio Blanco Amor o el Premio García Barros. Su libro más conocido, Me llamaba Simbad, entró en la Lista de Honor del IBBY y recibió los galardones Fervenzas Literarias y Frei Martín Sarmiento.