El aprendizaje cooperativo no solo cambia la forma tradicional de trabajar en el aula, sino que también tiene implicaciones en la manera de evaluar e, incluso, en el propio concepto de evaluación, que se integra en todo el proceso de aprendizaje como guía, como herramienta de control y como instrumento de mejora. En este artículo hablaremos de la importancia de autoevaluarse y coevaluarse.
Mientras que en la enseñanza tradicional la evaluación es unidireccional y externa al aprendiz –es siempre el profesorado quien evalúa al alumnado–, en el aprendizaje cooperativo la evaluación sigue diferentes caminos y el aprendiz se convierte en protagonista. Por una parte, está la autoevaluación, tanto del alumnado como del profesorado, y, por otra parte, la coevaluación, en la que los miembros de un grupo evalúan a cada componente. Finalmente, el profesorado tiene en cuenta todas esas valoraciones para determinar cuál ha sido el progreso de cada alumno o alumna y de cada grupo al final de un periodo.
Esa multidireccionalidad tiene una gran importancia, ya que integra la evaluación en el día a día del aula como una parte más del aprendizaje (aprender a aprender), y cede una parte de la responsabilidad a los niños y las niñas. La premisa es básica: si uno de los objetivos del sistema educativo es formar personas autónomas, críticas y capaces de colaborar de manera eficiente en entornos sociales, es necesario que el alumnado reflexione sobre su progreso y sobre su rol en un grupo cooperativo, y que responda delante de sí mismo y delante de otros de los compromisos adquiridos.
Así mismo, quien mejor puede evaluar el trabajo de cada miembro en un grupo de aprendizaje cooperativo son los otros miembros. Si una parte de la nota depende de las personas con quien trabajamos, nos esforzaremos más para que la interacción sea más fluida, estaremos más motivados para trabajar y evitaremos conflictos. La coevaluación es, en definitiva, un elemento con un gran potencial para regular conductas y encaminarlas de forma positiva.
La gran pregunta es, frecuentemente, cómo conseguimos que una evaluación sea objetiva si la dejamos en manos del alumnado. Los que nacimos en los ochenta recordamos aquel maestro o maestra que, rompiendo todos los moldes, nos decía: «Bien, ahora que llega el final del trimestre, quiero que anotéis en un papel qué nota, del 1 al 10, pensáis que os merecéis. ¡Quiero que respondáis con sinceridad!».
En verdad, eso de ponerse uno mismo la nota era más efectista que efectivo, porque es realmente difícil evaluarse objetivamente si no se sabe exactamente qué se espera de nosotros, si no tenemos indicaciones claras de cuáles son los objetivos que tenemos que alcanzar después de trabajar unos contenidos académicos. Por eso, una de las aportaciones más valiosas del aprendizaje cooperativo consiste en explicitar desde un primer momento, antes incluso de empezar el trabajo en el aula, qué se hará, cómo se hará y qué se valorará del alumnado, a fin de que este anticipe y planifique el trabajo.
Es más, el concepto de evaluación continua adquiere todo el significado del adjetivo, ya que en cada tarea se facilita una lista de indicadores gracias a la cual el alumnado puede saber la manera de obtener la máxima nota. Esas tablas de control periódico son una herramienta útil y eficaz para revisar el progreso personal y la aportación de cada miembro al grupo cooperativo, y también para mejorar los puntos débiles durante todo el proceso. A su vez, permiten al profesorado conocer en todo momento dónde está cada estudiante y si conviene realizar modificaciones en el proceso o en el grupo cooperativo.
En resumidas cuentas, la autoevaluación, la coevaluación y, en general, la integración de la reflexión y la responsabilidad en los procesos de evaluación es una de las grandes aportaciones del aprendizaje cooperativo. Y si, además, conseguimos introducir el error como un estímulo para la mejora y no como un estigma, eso que tendremos ganado, ¡porque equivocarse es de personas valientes!
*Escrito por David Morell, director del Departamento Didáctico de Algar Editorial.