Cristian Olivé
Al pensar en las lecturas prescriptivas durante mi adolescencia, recuerdo haberme leído (en muchas ocasiones, solo unas páginas) títulos clásicos que me producían demasiada indiferencia. También, por suerte, me vienen a la mente algunos libros, aunque muy pocos, que me emocionaban y me interpelaban de verdad. Se notaba cuando una novela se había escogido a conciencia para que se acercara a nosotros y cuando se trataba de una elección aleatoria para que nos acercáramos nosotros a ella.
Desafortunadamente, en los pocos casos en los que me sentía atrapado por las líneas que me acababa de leer, la experiencia se veía truncada por el remate de exámenes estrictos en los que debía demostrar si me lo había leído bien o mal. Como si, y aquí reside una de las cuestiones fundamentales, leer correctamente tuviera que ver con prestar atención a los detalles más irrelevantes de la historia. Algunos docentes, ensimismados en su pura inocencia, aseguraban recurrir a pruebas de lectura para comprobar si me había leído o no la novela.
Desde nuestro papel como docentes, jamás podremos poner la mano en el fuego por si un alumno se ha acabado leyendo un libro o no. Por no hablar de los farragosos trabajos en forma de investigación lingüística para el seguimiento de la lectura. Aunque a muchos nos entusiasme hacerlo, leer no es solo fijarse en cómo está escrito un texto. También es mirar la historia desde otro ángulo y vivirla. Sobre todo, vivirla. Vivirla intensamente. Tal vez un libro nos haga llorar, tal vez nos haga reír, quizá nos ayude a concentrarnos cuando más lo necesitemos, quizá sucumbamos por completo a los diálogos, puede que incluso nos sintamos reflejados con el dolor y la alegría. O simplemente leamos por pura distracción.
Aunque duela decirlo con tanta rotundidad, se pierden demasiados lectores con el fomento lector de las escuelas. La lectura es abrir nuevas oportunidades para que cada cual encuentre el modo de expresarse.
Por ello, lo que trato de hacer en clase es aprovechar el acto de leer para despertar talentos ocultos y generar creatividad entre mis estudiantes. Mi gran obsesión es, de hecho, que la lectura se convierta en una experiencia personal y memorable y que sirva de punto de partida para desplegar habilidades, fomentar la creatividad y generar nuevos aprendizajes.
El problema es que llevamos demasiado tiempo asociando el monopolio de la lectura con la materia de Lengua y Literatura. Es injusto y además desolador hablar de lecturas obligatorias, dos palabras que jamás deberían aparecer unidas y que a menudo se camuflan bajo el eufemismo de lecturas prescriptivas. La lectura es una herramienta transversal porque puede ser el punto de conexión entre las distintas disciplinas. No solo hay literatura en un libro: también hay naturaleza, hay química, hay física, hay sociología, hay arqueología, hay historia, hay geografía, hay psicología, hay comunicación, hay filosofía, hay ingeniería, hay arte, hay comunicación...
La lectura también puede ser un buen trampolín para que los estudiantes aprendan, piensen sobre lo que aprenden, conecten lo aprendido con otras cuestiones del entorno y lo trasladen a un nuevo lenguaje explorando la creatividad. Partiendo de la novela, podemos proponerles los siguientes retos:
También puede crear las maquetas de los escenarios del libro, un escape room literario, un podcast sobre la novela... Encontraréis otros ejemplos en la cuenta colaborativa de Instagram @xtianolive.maslectura.
La metodología para acercar la lectura es imprescindible. Del modo que lo es el instrumento de evaluación que vayamos a emplear para despertar ese placer oculto de leer. Si queremos que los estudiantes no desconfíen de nosotros, lo esencial debería ser recomendarles siempre lecturas o materiales que puedan interesarles de verdad. A veces, les proponemos títulos que queremos que se lean sin preguntarnos antes si van a cautivarlos. La confianza que queremos ganarnos también dependerá, en cierto modo, de nuestro grado de sinceridad.