Por Lola Moreno
Hace poco visité la exposición «Sorolla. Orígenes» en el Museo de Bellas Artes de Valencia y, además de cuadros, pude ver en vitrinas algunos objetos relacionados con el pintor, como dos libros que registran la matrícula de la Escuela de Artesanos y la de Bellas Artes de los años en los que el artista valenciano estudiaba allí. Observándolos, enseguida pensé en la manera en la que ha cambiado el método de inscripción gracias, fundamentalmente, a la tecnología. Si Sorolla levantara la cabeza, necesitaría unos cuantos días para asimilar las novedades…
Y, sin darme cuenta, me he ido al mundo de la educación y a los últimos cambios que nos han llegado. Después de la LOMLOE, el perfil de salida, los saberes básicos, las situaciones de aprendizaje y la evaluación competencial, la inteligencia artificial ha irrumpido con fuerza, y esta aparición genera múltiples interrogantes: ¿Existe aún la escuela tradicional? ¿Qué se considera «escuela tradicional»? ¿Los docentes continúan explicando de manera magistral en el aula? ¿El alumnado los escucha? ¿Se hacen deberes por la tarde en casa? ¿Qué implica el uso del adverbio aún en la primera pregunta? ¿Ha habido cambios? ¿Los habrá?
El perfil del docente cambió hace muchos años y sigue en metamorfosis constante. Todo va tan deprisa que, seguramente, cuando termine de escribir estas líneas ya habrá surgido una nueva extensión, una nueva aplicación o la inteligencia artificial será capaz de hacer alguna cosa más. Por todo eso, debemos redefinir perfiles y objetivos. Si bien hasta ahora siempre habíamos defendido que los mejores formadores de docentes eran otros docentes, ahora veo que debemos ampliar el horizonte y permitir que otros profesionales nos ayuden en este camino que el progreso inició hace años. No es fútil. Corremos el riesgo de perder buenos profesionales con plena vocación por la enseñanza. Y la sociedad no se puede permitir ese error.
Debemos aceptar los avances de la tecnología con toda la precaución necesaria. Pero, si el resto del mundo avanza, no podemos hacernos a un lado y quedar fuera de la evolución. Buscamos expertos que, bien informados, puedan mostrarnos las nuevas herramientas. La irrupción de la inteligencia artificial nos inspira temor, pero hemos de conocer cómo funciona, cuáles son los puntos fuertes (y débiles) y de qué manera puede ayudarnos. A cambio, podemos reducir el tiempo que dedicamos a algunas tareas (poner exámenes, hacer rúbricas, preparar material para las clases, atender al alumnado NESE…) y podremos conseguir que el docente vuelva a ser el centro del aprendizaje.
La visión del maestro y del profesor como guía no es nueva. Conocemos muchas técnicas y modelos que fundamentan este enfoque. La tecnología no ha de suponer un obstáculo, sino un aliado. Precisamente esta visión es la que ofreció a principios de mes el Cefire de Xàtiva con las IV Jornadas «Activa’t». A lo largo de dos tardes, un grupo de profesores habló de cómo utilizan las TIC y las TAC, y también procedimientos analógicos. El objetivo: ofrecer metodologías activas. Es importante no relacionar analogía con clase magistral. Y estos docentes lo demostraron perfectamente.
¿Y la inteligencia artificial? ¿Dónde queda? De momento, podemos utilizarla para generar material, hacer resúmenes de un tema determinado, crear imágenes o, incluso, audios. Pero necesitamos saber más.