Uno de los retos que plantea la LOMLOE es la evaluación de las competencias. Entender qué significa evaluar por competencias y cómo poder atender las diferentes necesidades del alumnado es fundamental. Si cambiamos los contenidos o los saberes básicos pero no cambiamos la manera de dar clase y evaluar, es como si no hubiese cambiado nada.
Por eso, es importante entender para qué evaluamos y cómo lo hacemos. Evaluar tiene dos finalidades:
1. La evaluación formadora o como medio para regular los aprendizajes. Implica identificar aciertos y errores, pero también las dificultades que nos impiden avanzar. También valorar el proceso de aprendizaje establecido por el docente.
2. La evaluación como medio para comprobar qué se ha aprendido. Implica identificar y calificar resultados de un proceso para poder orientar al alumnado y acreditar los aprendizajes. Esta finalidad de la evaluación es la que da las claves del cambio impulsado por la LOMLOE y que deben implementar profesorado y centros educativos.
Ambas finalidades están estrechamente relacionadas y deben ser coherentes. Hemos de tener en cuenta que promover la autoevaluación del alumnado y un intercambio de opiniones sobre el proceso de aprendizaje tiene un impacto muy positivo en el alumnado.
La evaluación también tiene la finalidad de saber cuáles han sido los resultados del aprendizaje, tanto para comprobar si se han logrado los objetivos e identificar lo que queda por aprender, como para acreditar los resultados. Además, la información obtenida será útil para evaluar la calidad del proceso de aprendizaje e identificar los aspectos que hay que mejorar.
La evaluación de las competencias comporta reconocer si se es capaz de movilizar los diferentes tipos de saberes, de manera interrelacionada, para hacer una acción, como pueda ser resolver problemas abiertos, reales, complejos y productivos. No tiene sentido evaluar conocimientos por un lado y competencias por otro, como tampoco lo tiene considerar que un alumno o alumna ha adquirido una competencia de manera satisfactoria sin tener los conocimientos que se le vinculan.
Por tanto, la evaluación que se hace cuando finaliza el aprendizaje sobre un tema concreto debe ser competencial, y se debe poder identificar progresos en las competencias específicas de cada materia. En toda evaluación es necesario tener presentes los objetos y los criterios para decidir sobre la calidad de los aprendizajes, que deben ser coherentes con los objetivos, y también cuál es el punto de partida, para poder reconocer cómo se ha mejorado en la adquisición de la competencia.
El cuaderno de aprendizaje: Es una opción idónea para evaluar que tiene tanto una finalidad formativa como acreditativa, ya que se recogen evidencias de los cambios y las mejoras que han seleccionado el aprendizaje para mostrar su progresión. ¿Qué incluiremos? Los objetivos, los criterios de evaluación y las actividades que ha realizado el alumnado y que muestran el punto de partida y cómo van avanzando en el desarrollo de las diferentes competencias y saberes asociados. El objetivo del cuaderno es recoger las evidencias de lo aprendido.
Tareas contextualizadas, productivas y complejas: Se entiende por contextualizada una tarea que plantea un problema o situación relacionada con la realidad y que pide profundizar en cómo actuar y por qué. Es interesante que la persona destinataria de las reflexiones y propuestas sea diferente del docente para que conozca que sus aprendizajes sirven más allá de la escuela y para que se esfuerce en comunicar sus ideas de manera que se entiendan.
Se entiende por productiva una tarea que no reproduce literalmente las actividades realizadas para aprender. La competencia pasa por demostrar la capacidad para aplicar los saberes aprendidos a la interpretación de nuevos hechos y la actuación en nuevas situaciones. Se entiende por compleja una tarea de evaluación que, para ser respondida, obliga al alumnado a movilizar saberes diversos y a interrelacionarlos.
Según la normativa, la calificación de competencias se debe explicitar en términos cualitativos como «Insuficiente (IN)», para las calificaciones negativas; «Suficiente (SU)», «Bien (BI)», «Notable (NT)», o «Sobresaliente (SB)» para las calificaciones positivas. Estos niveles de adquisición no pueden asimilarse a las calificaciones numéricas tradicionales, que sirven para valorar contenidos pero que no valoran la capacidad de aplicarlos en contextos diversos.
Debemos tener presente que el desarrollo de una competencia necesita tiempo y que no tiene mucho sentido evaluar constantemente con la finalidad de calificar resultados. La normativa específica que el equipo dicente debe hacer una valoración global del proceso de aprendizaje de cada alumno y para cada materia a final de curso, porque es cuando se puede reconocer como se ha mejorado en el desarrollo de las diferentes competencias desde el inicio. Esta valoración debe tener en cuenta la visión de conjunto del progreso del alumno o alumna, pero en ningún caso tiene sentido hacer una media de calificaciones parciales, y sí tener en cuenta aquello que el alumnado ha sido capaz de aprender a lo largo del proceso.
Debemos recordar que la objetividad en la evaluación no proviene de tener muchos datos y hacer medias, sino de disponer de información relevante y ponerse de acuerdo en su análisis y en la toma de decisiones.